Administrarnos dosis de dulzura suaviza nuestro carácter
auto- exigente y contribuye a disolver nuestras emociones negativas preparando tu
interior para que puedan entrar pensamientos positivos.
La dulzura alivia nuestro espíritu cuando estamos siendo
demasiado duros con nosotros mismos y
facilita que nos perdonemos.
Es un bálsamo que ayuda a que se reconstituya la autoestima
cuando ésta se ha dañado.
¿Os acordáis de la Metáfora del recipiente en equilibrio? En
ella os decía que imaginaseis que el amor que os dais va a parar a un
recipiente situado en vuestro pecho. Este recipiente estaba sujeto por unos
pilares (seguridad, fuerza, perdón…). Si uno de estos pilares falla, el cuenco
se cae y el amor que almacenaba se pierde: dejamos de querernos. La dulzura lo que
hace es reparar las grietas que puedan haber aparecido en el cuenco tras
pensamientos negativos para que no existan fugas de amor.
Una actitud dulce hacia ti mismo sería la siguiente:
háblate, no desde el enfado, la exigencia o la culpa, sino desde la bondad,
desde el entendimiento y la conciencia de que tienes derecho a no ser perfecto,
tienes derecho a ser tal cuál eres. Sabiendo que los errores son OPORTUNIDADES
para aprender. Amándote y reconociéndote el mérito de tus esfuerzos. Dándote
esa palmadita amistosa en el hombro que a veces tanto necesitas. Sonriéndote,
aún a pesar del mal humor.
Un truco: busca en tus recuerdos un momento en el que sepas
que fuiste dulce con alguien importante para ti. ¿Cómo le hablabas?, ¿qué
palabras utilizabas?, ¿cuál era tu actitud, tus gestos, tus expresiones? ¿y tu
intención? ¿Qué querías transmitirle? Ahora haz lo mismo, pero contigo mismo.
La dulzura transforma nuestra personalidad amarga, auto
exigente, malhumorada y rígida al igual que el azúcar transforma el sabor del
café.